¿Qué es lo que nos retiene en nuestra vida?
¿Que nos frena para pasar a la acción? ¿Cuántas veces sabemos lo que tenemos
que hacer y no lo hacemos?
Cuando vivimos con miedo a todo lo que nos podría perjudicar o causar
dolor, en realidad nos aislamos de la propia vida.
Los miedos nos hacen sentir impotentes y
vulnerables y por ello elaboramos todas las estrategias posibles para
protegernos.
Por desesperación y miedo aprendemos a
cultivar una coraza emocional, que termina convirtiéndose en una coraza
muscular para protegernos del dolor.
El miedo se convierte en el principal
inspirador de muchos de nuestros comportamientos.
Para algunos el miedo se convierte en el
sentimiento más normal y confiable.
Siendo así, terminamos teniendo miedo a
que me conozcan, de que me vean, de que intimen conmigo.
Cuándo surge el miedo solemos endurecer el
cuerpo y el corazón, cerrándonos por dentro para protegernos.
A veces nos sentimos tensos, paralizados,
incapaces de movernos. Otras, es posible que construyamos murallas y barreras.
Cuando vivimos con miedo a todo lo que nos
podría perjudicar o causar dolor, en realidad nos aislamos de la propia
vida, por qué el dolor, la pena, la enfermedad y la muerte son ingredientes
inevitables de la propia vida, pese a todas las medidas que tomamos a
causa del miedo, muchas de esas cosas que nos asustan llegarán en algún
momento y de alguna manera a nuestra vida.
Cuando vivimos con miedo, al margen de si
los miedos corresponden a un peligro real o imaginario, nuestra resistencia
a la enfermedad disminuye y de hecho producimos las enfermedades que más
tememos.
Cuando hay miedo dejamos de escuchar a
nuestra alma, perdemos el rumbo de nuestro espíritu.
Cuando sentimos miedo concentramos toda la
atención en el peligro y perdemos la capacidad de encontrar valor,
seguridad o paz interior.
Cuando tenemos miedo perdemos la capacidad
de sentir nuestra fuerza interior y la angustia ahoga cosas que para
nuestro interior son preciosas y esenciales.
Así pues, nos preocupa lo que los demás
piensen de nosotros, tememos el dolor que produce una pérdida o un
rechazo. Incluso nos preocupamos por nosotros mismos, temerosos de que lo
que tenemos dentro no sea suficiente, que no esté a la altura de la tarea
de vivir.
Incluso a veces, el temor surge cuando nos
encontramos inesperadamente ante algo que quiere sanarnos pues resulta
desconocido si llevamos muchos años viviendo en el miedo.
El miedo es nuestra respuesta al dolor
futuro. Este surge cuando creemos que no vamos a tener la fuerza para
sobrellevar el dolor, cuando nos sentimos pequeños y frágiles, cuando no nos
sentimos lo suficientemente fuertes para ser humanos, cuando no sentimos
la posibilidad de ser grandes, de ser suficientemente adultos.
Si el miedo se apodera de nosotros, no
tenemos fe nosotros mismos, no creemos en nuestra capacidad de aguantar
los sufrimientos y las penas que nos puede deparar el mundo.
Es cuando nos sentimos inseguros e indecisos
respecto a nuestra capacidad para sobrellevar el dolor, cuando nos
preocupamos y tenemos.
Cuando nos sentimos frágiles o débiles,
cuando estamos convencidos de que el próximo rechazo, fracaso o pérdida va
a ser el que nos parta en dos, nos enfrentamos a cada día a nuestra vida
a una inquietud terrible.
¿Cuando comenzamos a vivir desde el miedo?
Muchos de nosotros, desde la infancia y a
lo largo de nuestras experiencias vitales, aprendimos a desconfiar de
nosotros mismos.
Si rara vez se habla de los sentimientos,
el niño aprende a desconfiar de la validez de sus emociones.
Si sus padres se sienten incapaces de
decir la verdad, el niño comienza a desconfiar de sus percepciones de lo
que es verdadero. Y.… si continuamente se siente en peligro, aprende a
desconfiar de su capacidad para protegerse.
Incluso cuando somos adultos, siempre que
sentimos miedo, de inmediato centramos la atención en nuestra debilidad y
vulnerabilidad.
Sin embargo, la verdad es que con
frecuencia somos mucho más fuertes de lo que imaginamos.
Descubrir que lo que sentimos es más
seguro cuando avanzamos hacia eso que nos asusta que cuando fuimos de ello
Cuando éramos niños y sentíamos miedo, también
desarrollamos una intuición increíble para captar cualquier desequilibrio
o irregularidad en nosotros mismos y en los demás.
Desarrollamos la observación y la
conciencia de los sutiles cambios en las intenciones de las personas que
nos rodeaban y nos hicimos expertos en replantear nuevas estrategias.
Además, en respuesta a la incertidumbre
emocional, muchos nos las arreglamos para descubrir un refugio en lo más
profundo de nuestro interior donde encontrábamos una fuerte fortaleza y
consuelo. Para muchos este extraordinario lugar
secreto de fortaleza interior ha sido en realidad nuestro aliado más
íntimo y fiable la mayor parte de nuestra vida. Con madurez, volvemos a
conectamos siempre con ese espacio interior de paz que encontrábamos
cuando éramos niños, cuando meditamos.
Cuando nos sentimos terriblemente dolidos,
asustados o inseguros, bajamos al fondo de ese lugar interior, al corazón
para restablecernos y reconfortarnos.
Jamás nos imaginamos lo inmensa que es la
fuerza interior que tenemos hasta que nos encontramos en alguna situación
difícil.
En las situaciones de crisis nos vemos
catapultados hacia el interior para descubrir aquello que es fiable y
fuerte en nuestro corazón.
Incluso inmersos en una crisis personal
descubrimos dentro de nosotros un corazón valiente.
A medida que nos acercamos
incondicionalmente a lo que tememos parece que en nosotros una reserva de
fuerza que le hace frente, y ya no nos eclipsa el temor.
No es solo el miedo el que nos hace buscar
ese lugar, también es la disposición a enfrentar cara a cara a los miedos,
abriendo así en nosotros todas las capacidades latentes de nuestro
corazón valiente.
Cuando nos invade el miedo, ¿cuántos no
hemos extraviado la fe en nosotros mismos?
Nuestras experiencias de la infancia nos
enseñaron muchas cosas acerca de nosotros mismos y nos obligaron a
desarrollar diversas habilidades de percepción, flexibilidad, creatividad,
resistencia, resolución y resiliencia.
Todas esas cuales continúan estando a
nuestra disposición, si queremos aprovecharlas.
Dispuest@s a poner nuestra confianza en la
sabiduría de nuestro corazón.
¿Y si cuando sentimos miedo o confusión
confiamos en nuestra intuición? Dado que desconfiamos de nosotros mismos
como solemos poner en duda nuestros sentimientos y percepciones.
Pero ¿y si confiamos en nosotros mismos en
nuestras capacidades, en nuestra voz interior?
¿Y si supiéramos que nuestros sentimientos
y sensaciones son correctos y quieren decirnos algo sobre nosotros mismos?
¿Y si… confiáramos en nuestro corazón, en
nuestra sensibilidad para captar la información de las personas que nos
rodean y actuáramos como si lo que sintiéramos fuera a ser cierto?
¿Cuánto más valientes seríamos si
pensáramos que todas las percepciones del corazón, la mente y la intuición
son totalmente funcionales y actúan perfectamente para nuestro bien?
Os propongo que probéis el siguiente comportamiento
durante un día: Decide pasar todo un día suponiendo que todas las
sensaciones son confiables, que todas las percepciones de intuiciones son
correctas.
Al encontrarte ante una persona o una
situación hazte estas preguntas:
Si estuvieras seguro de ti mismo ¿cómo
manejaría este momento? ¿qué haría? ¿qué podría decir que fuera cierto? ¿cuál
sería el acto correcto para resolver esta situación?
Resulta sorprendente comprobar, qué tan
pronto comenzamos a imaginar que en nuestro interior tenemos todo lo que
necesitamos para responder a los interrogantes de la vida, empiezan a disolverse
rápidamente nuestros miedos habituales.
Meditar nos ayuda a conectar con ese un
lugar de fuerza donde nos sentimos más presentes en el corazón.
Cuando nos centramos en aquello que es más profundo en
nosotros, poco a poco descubrimos ese lugar de serenidad.
Con la práctica diaria del canto de mantras o la
meditación, podemos desarrollar compasión, la calidez emocional y la entrega y
la escucha atenta que nos permite visitar continuamente ese lugar interior y
escuchar las voces acalladas en nuestro interior.
Entonces es cuando podemos comprendernos mejor e
incluso dominar lo que nos asusta y empoderarnos y sostenernos ante las
inclemencias de vida.
Mediante el canto de mantras, la regulación
respiratoria que conlleva, y la meditación podemos encontrar refugio en los
momentos terribles, aunque, a veces desde la mente parezca imposible.
"Quien ve con los ojos de la mente, ve lo que la
mente quiere ver, quien ve con los ojos del corazón, ve lo que la mente no
puede ver".
En diálogo con esas voces del corazón aprendemos a
poner confianza en esas voces interiores de claridad, fuerza integridad.
Finalmente, incluso podemos descubrir que a pesar del
miedo podemos mantener el sentido del humor, la capacidad para reírnos de
nosotros mismos y de nuestros miedos, e incluir una alegre sensación de
confianza en que pese a los golpes y dardos de la vida todo irá bien
En
conclusión, aquí os dejo 5 consejos para vencer los miedos
Deja de
huir. Cuando tienes miedo a algo, es natural que pongas excusas para evitar
afrontarlo...
Deja de
negarlos...
Deja de
lucha ...
Hazte amigo
de tus miedos...
Afróntalos
como una oportunidad para crecer.